Buenas,
Pues continuando con la partida Traición, y justo tras acabar la batalla, comenzamos una nueva aventura. Esta vez dirigía Fabi, y había dos nuevos jugadores, Quique, que se hizo un guerrero, Carls, y yo, que por fin iba a jugar como jugador y me hice a un asesino, Gaedros Kane. Finalmente jugamos sólo unas horillas, debido al cansancio por el curro y tal, pero bueno, hicimos la intro a la aventura y ya estamos enfocados para en la siguiente dar más caña.
Así aconteció:
Al día siguiente de la fiesta conmemorativa por la victoria en la batalla, el grueso del ejército de la Marca y su Duque partieron hacia Robleda, había mucho que arreglar en la ciudad, dar un funeral digno a su padre, celebrar una ceremonia de toma de posesión del título ducal, castigar a los traidores que quedaran vivos, tirar de todos los hilos de la traición del Conde Fiorho, etcétera.
Sólo carromatos de rezagados y heridos se quedaron atrás. En uno de estos últimos grupúsculos iban nuestros héroes, Omadón, Alexander, Kinino, Luzandoriel y Robbert. Arrastraban sus pies por el camino, mientras hablaban del “regalo” del Duque, la fortaleza de Lyrhost en Rocaverde. Los cinco veían algo raro y extraño en el regalo, no terminando de convencerles. Cerca, al haberlos escuchado, tres soldados del ejército se metieron donde no les llamaban... –“Bueno, un regalo es un regalo, y más si es un castillo, el Duque ha tenido a bien ennobleceros”.- Dos de los tres soldados se acercaron a los héroes y se presentaron, eran Carls y Gaedros. El primero era un guerrero alto y fuerte, vestido con los atavíos de soldado. Gaedros era alto también, pero más ágil que fuerte, se quitaba el tabardo de explorador del ejército y lo arrojó a uno de los carros que pasaba cerca a más velocidad que la que llevaban ellos. –“Y con esto, oficialmente, dimito... no estoy hecho para el ejército. Cobraré la soldada y me buscaré algo útil que hacer en Robleda”-. El grupo de héroes se quedó callado mirando como ambos hablaban entre sí, haciendo planes de si unirse a un grupo mercenario o buscar aventuras por separado.
La noche se iba echando y estaba claro que o aceleraban el paso o no llegarían a la posta de camino, que quedaba, aun, a un buen trecho. La luna llena ilumino la preciosa campiña al norte de Robleda, los ululares de la noche comenzaron a sonar con fuerza. Así que el grupo decidió acampar y hacer fuego, pasarían la noche al raso. Invitaron a ambos ex-soldados a pasar la noche con ellos. Cenaron frugalmente queso duro y cecina. Hablaron de la batalla, de donde había estado cada uno y lo regio y señorial que era el nuevo buen Duque. Carls y Gaedros contaron como habían sido hechos prisioneros por los ungolitas meses atrás, y como al final se habían ganado la libertad. Reconocieron a los héroes como lo que habían ayudado a Flandag y los que habían capturado al traidor Conde. Los héroes relataron la aventura, desde que les “contrató” el antiguo Duque, su aventura en la torre-árbol del mago, como escaparon del castillo del Conde y la visita a las minas del mismo. Es más, se extendieron contando aventuras en Ig-Nagor y en las Cavernas del Caos, así como se habían enfrentado a una conspiración de Lord Albritch en Robleda. Parecía que había mucho trabajo últimamente, quizá vinieran bien nuevos miembros en el grupo... tanto Carls como Gaedros aceptaron la propuesta y todos brindaron por ello con vino aguado.
En ese momento se escuchó un lejano aullido. La sangre se heló en las venas de nuestros aventureros. De repente a Carls le pareció ver movimiento procedente de una boscosa colina al noroeste. Luzandoriel y Gaedros escucharon más lejanos aullidos. Todos se pusieron alrededor de la hoguera mirando hacía el abanico noroeste-noreste. Todos aprestaron las armas. Poco a poco se hicieron visibles varios lobos del tamaño de ponys, -“Huargos”- murmuró Alexander –“Malditos huargos”-.
Cuatro huargos se enfrentaron al grupo, que bravamente les hizo frente. Antes de que llegaran a su altura, Luzandoriel, Carls y Kinino, ya les habían clavado algunas flechas. El resto del grupo se apiño y recibió la carga. Tras unos minutos de combate y tras dos huargos muertos sin demasiadas heridas en el grupo de héroes, escucharon un aullido a sus espaldas. Sobre una roca alta había otro lobo, pero este más inmenso aun, si cabía la posibilidad. Robbert, Carls y Gaedros pudieron ver que llevaba un colgante de acero al cuello. Pero la criatura saltó de la roca y se acerco a Alexander y a Gaedros, que acababan de dar buena cuenta de otro huargo. Alexander invocó el sagrado nombre de Velex pidiendo ayuda, y los extraños designios de los dioses hicieron que del suelo, frente a la carga del huargo, tras cadáveres enterrados (por la cercana batalla) cobraran vida, dos zombis y un esqueleto se interponía, ahora, ante el enorme ser lupino. Este comenzó a destrozarlos a dentelladas. Gaedros y Alexander flanquearon al ser y el atacaron con todas sus fuerzas, mientras Luzandoriel le disparaba un proyectil de energía mágica, Carls también hizo frente a la horrenda criatura. Mientras el resto del grupo se despachaba con el huargo restante. Entre todos rodearon al que parecía el jefe, comenzaron a darle golpes y golpes, Carls incluso le cortó el colgante que llevaba al cuello. Tras un rato golpeándole, se dieron cuenta de que apenas le habían herido, así que Robbert chilló: -“¡Es un licántropo, plata o magia, plata o magia!”-. Todos los héroes cambiaron de arma y el combate siguió otro buen rato, dando y recibiendo variados ataques. Finalmente Gaedros atravesó un ojo de la criatura con su daga “Hiendetraqueas” y el ser cayó al suelo, y cambió de forma, un joven castaño y musculoso, yacía en el suelo con múltiples heridas. Carls y Robbert examinaron el colgante. Era de acero, con cadena de acero también. Representaba un horizonte, sobre él una balanza ligeramente inclinada y con varias estrellas por el borde. Gaedros preguntó si alguien estaba herido de gravedad..., no era el caso, pero tanto Luzandoriel como Alexander habían sido mordidos por el hombre-lobo. El resto del grupo se apartó un poco, habían de elegir un modo de actuación, aun había luna llena, y no sabían si sus dos amigos podían estar malditos. La posta más cercana distaba apenas una hora, y pasaba en algo de la media noche. No sabían si hablar con sus amigos, atarlos, dormirlos o sencillamente confiar en la suerte y la resistencia de estos. Dándole vueltas el grupo se encamino a la cercana posta... Nadie dio la espalda al clérigo y al elfo...
Marcados saludos.-