Aventuras en la Marca del Este, un retroclón español de la caja básica de D&D.

El Clan del Lobo Gris, aventureros proscritos, los últimos de su clan.

Estas son las crónicas de nuestras aventuras, con este magnífico sistema.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Crónicas del Clan Lobogris I


Prólogo a la Tormenta

De cómo Elgo realizó, y notoriamente, la profesión de capitán mercenario...

Poco antes de la tormenta, en el alargado Valle de Sargas, en Eltauro cerca del Gran Pantano, el enorme campamento militar descansaba y los pendones ondeaban mecidos por el frío viento proveniente del norte...

Mientras el sol salía por el este, entre los montes Liafdag plagados de verdes árboles y con las cumbres nevadas, por el norte, el cielo se iba oscureciendo poco a poco. Nubes grises avanzaban hacia el sur con rapidez inusitada. El capitán mercenario norteño pensó con ironía en el claroscuro del cielo, reflejo de la realidad del avance de las fuerzas orcoides desde el maldito Bosque Tenebroso, al norte de Eltauro. Los orcos y trasgos acompañaban a la tormenta, descendían con ella, eran sus mensajeros, sus malditos portadores del estandarte.

Mantuvo sus fríos ojos azules fijos en el rápido avance de las nubes, formaban multitud de figuras que henchían su imaginación. Una de ellas le recordó a Wullen, su lobo mágico, instintivamente Elgo Eltharion, último descendiente de los gobernantes del nórdico clan Lobo Gris, echó mano al cuerno que guardaba en la bolsa del cinto. Si lo soplaba con fuerza, de él surgía una nube de niebla que asumía la forma física de Wullen, un inmenso lobo negro, símbolo regio del gobernante del casi extinto clan. El cuerno de marfil de mamut lanudo del norte, tachonado en plata, descansaba en su sitio, aún después de la agitada pelea de la noche pasada. Un pisaverde de Marvalar, había humillado a uno de sus mercenarios, tanto de palabra como haciéndole caer con una oportuna zancadilla. Elgo le devolvió la humillación, y estalló la pelea. Cuando los soldados del Duque los separaron, había seis hombres de la capital de Reino Bosque heridos y por el suelo, y sólo dos mercenarios estaban heridos de relativa gravedad. Elgo se frotó con el pulgar el pómulo derecho, ya no había casi hinchazón, y apenas dolor, tras el puñetazo de uno de los soldados. Salió de entre las mantas para dormir y se calzó sus botas de cuero, abrochó a su cintura su ancho cinto, se colocó la negra capa y se caló la capucha, el sol naciente aún no calentaba el ambiente. Se sentó en el suelo y rebuscó entre sus pertenencias.

Elgo, al que llamaban, no sin falta de ironía, Lord Eltharion Lobo Gris, masticó un poco de cecina ya muy seca, y dio un trago de agua para que la dura carne entrase mejor, se incorporó y observó el campamento detenidamente. Casi todo el mundo dormía, y posiblemente su último desayuno fuera un mísero mordisco de cecina y agua. Maldijo a Orthen para sí, lo que le llevó a pensar: «Una tormenta y venida del norte... es Orthen que viene a por mí, le he dado esquinazo demasiadas veces durante ya muchos años».

El ducado de la Marca del Este estaba en peligro, la guerra llamaba a sus fronteras, las escaramuzas por el borde oriental y septentrional del país eran desde hacía cinco lunas la tónica común del día a día. El Duque Reginbrand tenía un buen ejército, el mejor y más profesional de Reino Bosque según se decía, y como rendía pleitesía y vasallaje a Marvalar, los caballeros de esta ciudad ayudaban al ducado en estos tiempos inciertos. Pero las patrullas de orcos eran cada vez más numerosas en Eltauro, los orcos estaban cada vez más organizados, las normalmente dispersas tribus se habían aliado, y además Ungoloz había firmado pactos de no agresión con los trasgos, se rumoreaba que incluso les vendían armas de acero ungolita. Elgo y unos pocos elegidos, un grupo de aventureros llamado el Círculo de Zerom, liderados por un elfo de Esmeril, un tal Sendel, sabían que eso se debía al poder oculto en Kahar—Ik, un antiquísimo túmulo en los Pasos de Eltauro. Se debía, pues, al Innombrable, que orquestaba todo desde su base, el sombrío túmulo, Elgo, su compañero y amigo Derek y el grupo de aventureros habían presenciado de forma directa el despertar del maldito ser, del pesaroso liche que dormitaba en Kahar—Ik desde hacía siglos. Habían sido testigos e incluso en cierta manera, culpables de la resurrección. Pero eso ahora no importaba, seis lunas les separaban ya de aquel acontecimiento, ya era tarde para actuar contra aquel que no se debe nombrar, ahora era tiempo de batalla, de lanza y de espada, de escudo y de yelmo.

Reginbrand, no estuvo ocioso durante el recrudecimiento del conflicto, reclutó milicianos, aumentó su ya de por sí numeroso ejército, pidió ayuda a los piadosos Caballeros de la Cruz del Sur, y éstos mandaron a un paladín de Valion, Sir Donastar de Marvalar, su solo nombre ya inspiraba a los soldados, pero Elgo no estaba tan seguro de si su pulso mantendría ya firme la lanza debido a lo avanzado de su edad. También mandaron a tres caballeros más, Sir William Stergton, Sir Godfrid Pallfren y Sir Kulldar Carcill. Una ayuda, obviamente, inestimable. Pero aún así Reginbrand necesitaba más soldados, más espadas y escudos, hombres dispuestos a morir, mercenarios, los perros de la guerra.

Así había llegado a esta situación Elgo, contratado como mercenario, en una unidad de descreídos, de viejos guerreros, de jóvenes delincuentes sin ideales, gente que había crecido con una espada entre las manos y el oro entre ceja y ceja. Tras un par de encontronazos menores con su capitán, un ungolita más alto y fuerte que él, en una escaramuza al noroeste de Fortín Abandonado, el citado capitán de la unidad de mercenarios cayó bajo el mayal de un gran ogro, así que cuando Elgo acabó con el gigantesco ser en singular combate, fue la opción más evidente para la sustitución en la capitanía. Elgo tenía dotes de mando, había sido criado en castillo, estaba acostumbrado a dar órdenes. Además su entrenamiento allá en el lejano norte, en Refugiolobo, le había proporcionado una gran habilidad marcial. No tardó en granjearse la lealtad de los mercenarios, al menos toda la que se puede esperar de ellos.

Y allí estaba él, pocas horas antes de la prevista batalla, liderando un centenar de mercenarios vagabundos. Carne de cañón a ojos del buen duque y de cualquiera con dos dedos de frente que analizara la situación. A lo lejos, hacia el norte, Elgo divisó las fuerzas orcas, salían del bosque aprovechando la oscuridad que otorgaba la cercana tormenta. Miró a su izquierda, a no más de dos tiros de piedra estaba el campamento de los caballeros de Marvalar, y un poco más atrás el grueso del ejército de la Marca del Este. Pero eso no le importaba, sabía que ellos eran la cuña del ejército, ellos eran "sacrificables", el duque no tendría que rendir cuentas a ningún familiar por cada uno de sus muertos, pero a la vez eran imprescindibles en el plan de los generales.

La batalla no podía tardar mucho en comenzar, los caballeros, allá en su campamento, comenzaban a armarse y pertrecharse. El sonido del cuero y el metal tomó poco a poco el campamento. Elgo silbó fuerte y los mercenarios de guardia se volvieron, algunos salieron de su ensueño, — ¡Arriba perros!, debemos ganarnos la soldada. Los que sepáis rezar, comenzad a hacerlo, los demás, ¡poneos la jodida armadura y preparaos para lo peor!— chilló a voz en grito. Lentamente el campamento mercenario cobró vida y se desperezó. Elgo se dirigió a la tienda de intendencia de la compañía mercenaria, apartó la puerta de tela y entró. Dentro, Nogryn, vestido de verde y granate, charlaba animadamente con varios lugartenientes mercenarios. Éstos escuchaban con avidez lo que decía, parecía que llevaban bastante tiempo despiertos, puede que ni siquiera hubieran dormido. Nogryn era un juglar, un bardo errante de Salmanasar. Había recorrido casi todo Valion varias veces. Se había unido al grupo mercenario como artista, y pese a sus reticencias iniciales, Elgo había de reconocer que tenía conocimientos y habilidades que les habían venido muy bien. En ese momento hablaba con pasión dando la espalda a la entrada:

— Y fue entonces cuando el Marqués de Gwythirien trató de retarme a duelo, mas ésa era una pelea que no podía ganar él y que no podía aceptar yo— el juglar de rubios cabellos hizo una reverencia y una floritura con la mano derecha— una huida apresurada en la noche tras un beso robado hace terminar la historia— la parroquia de soldados mercenarios sonrió. —Ahora, si no os importa, cantaré una canción, la voz es como vuesas espadas, si me permiten la comparación, si se abusa de ella, se mella, mas si no se usa ni entrena, se oxida y embota.— Nogryn disfrutaba sintiéndose el centro de atención.

— Nogryn cállate—, la fuerte voz de Elgo hizo girarse al bardo y enmudecer, algo casi milagroso.— Deja las canciones para después de la batalla..., ya sean fúnebres o de victoria. —el tono del capitán no admitía réplica— Muchachos arriba, preparaos. Haced que todos los hombres estén en formación y dispuestos antes de que el sol avance un palmo.— dicho esto, Elgo se dirigió a su arcón y lo abrió para ponerse su peto de coraza, hombreras, grebas y yelmo. Los lugartenientes salieron de la tienda con rapidez para cumplir su cometido.

Una hora después la tensión que atenazaba a la mayoría de soldados era insoportable, el cielo estaba completamente oscurecido por las grises y densas nubes y el nerviosismo entre los soldados era mucho más que evidente. Lejanos truenos anunciaban que la tormenta estallaría a no más tardar. Los orcos en la lejanía se agitaban y preparaban, los hombres de la Marca del Este se terminaban de pertrechar, mensajeros corrían por el campamento ultimando detalles, los caballeros ensillaban caballos y afilaban las espadas. El ambiente era denso y pesado, como de una mala pesadilla.

Ambos ejércitos ya estaban preparados. Elgo, al frente de sus mercenarios, observó como Sir Donastar arengaba a la caballería y les transmitía la estrategia que todos los capitanes habían acordado la noche anterior en la tienda de mando de Reginbrand. Elgo estuvo en la reunión, su única conclusión es que ellos eran un peón sacrificable, embestirían junto a la caballería. En principio tratarían de debilitar el flanco izquierdo del ejército trasgoide, pero estaban en una proporción ciertamente ridícula comparados con el número de orcos y trasgos. Aunque la charla del Duque, un tipo serio y adusto, presto a veces a la ira pero razonable en batalla, convenció a todos, Elgo supo enseguida que los mercenarios eran una simple distracción para que el grueso del ejército de la Marca hiciera una táctica envolvente por el flanco derecho de los negros orcos de Kahar—Ik aprovechando la ladera de la colina y un bosque de altos pinos. El plan del Duque era bueno, no podía negarlo, pero los infantes mercenarios deberían aguantar mucho para que se completase el rodeo. Se les pedía más que a nadie por una lealtad basada en el oro... Reginbrand, con porte adusto, de su armadura de campaña, con la calavera con la rosa de los vientos bien visible, símbolo del Ejército del Este, se quedó mirando significativamente a Elgo cuando éste salió de la tienda tras la charla. El Duque estaría en la cuarentena y era mucho más guerrero que noble, se había criado más en campamentos militares que en castillos y cortes, así que sabía perfectamente el sacrificio que exigía a su unidad de mercenarios, no obstante, se mesó el corto cabello cortado al estilo militar y volvió su vista al mapa, el capitán de los mercenarios no le defraudaría, pensó, había algo en sus fríos ojos, una determinación asomaba a ellos, como fogatas tras muros de hielo, Reginbrand conocía esa mirada...

No obstante al salir de la reunión, Elgo, estuvo a punto de abandonar el campamento, nada le ataba salvo el dinero, y ninguna cantidad paga una muerte segura. También estaba su honor, pero al norte de Ungoloz, en los territorios de los Hombres del Norte, el honor se mide con una vara distinta que en Reino Bosque. Además era el último de su Clan, sin contar a Derek Therion, que seguramente estaría en algún lupanar de Robleda gastando lo rapiñado en Kahar—Ik. El instinto de supervivencia le decía a gritos que cogiera su caballo y cabalgara todo lo posible hacia el oeste, hasta Robleda, luego ya habría tiempo de ir hasta Olmeda, o incluso a Marvalaro o Salmanasar, muy al oeste, para huir de la guerra. Pero si los mercenarios tenían una posibilidad entre mil, ésa era con él al frente. Sin él estaban condenados. Además, ¡qué demonios!, le gustaba una buena pelea como al que más...

Elgo miró al cielo y varias gotas dispersas le mojaron la cara, comenzaba a chispear. De repente un joven mercenario lancero de Salmanasar tembló, su miedo e intranquilidad eran patentes.

El nórdico aventurero volvió a mirar a la cabeza de la caballería, los ejércitos orcos comenzaban a movilizarse allá a lo lejos. Un trueno no demasiado lejano, silenció el rumor de la naciente batalla. Una fina y persistente lluvia comenzó a caer, ahora con más fuerza, desde el encapotado cielo. Elgo tenía que decir algo, le correspondía esa responsabilidad. Inspiró el húmedo aire mientras cerraba los ojos, buscando inspiración e intentando vencer su propio miedo, ató fuertemente tras su nuca las dos finas trenzas que le caían por la frente una a cada lado, como siempre que se disponía a luchar, un gesto que denotaba a la vez, comodidad y superchería.

— ¡Mercenarios!— chilló con toda la fuerza de sus pulmones,— no soy un jodido bardo que os camelará con lisonjas y sinsentidos, ni siquiera soy un caballero bendecido por los dioses como aquel— Elgo señalo con la cabeza al añoso paladín Donastar, al menos a cuatrocientos pies de distancia, pero tan lejos a la vez, que podría estar en Neferu.

Detuvo su mirada en algunos de los mercenarios que estaban situados en primera fila, — ¡No!— continuó— ¡Yo soy un mortal!, como vosotros, ¡soy un guerrero! Como vosotros, ¡soy un mercenario! Como vosotros, y seguramente mañana estaré muerto— hizo una pausa y miró intensamente a varios de sus mercenarios— ¡Como vosotros! Nosotros no importamos a los dioses, ni siquiera le importamos a aquellos que nos pagan. Pero marcaremos la diferencia en esta batalla.— Guardó silencio por un momento, se subió a su oscuro caballo, un brioso destrero negro llamado Noche VII (ya que Elgo siempre llamaba a sus caballos Noche e intentaba siempre que fueran negros), y paseó de nuevo la vista por su pequeña unidad.

Alzó aún más la voz, casi llegando a su límite físico: — ¡Hay algunas cosas que marcan nuestra vida para siempre!... Cuando tomamos consciencia de repente de que un día moriremos, nos guste o no. ¿Cómo nos va a gustar?... Pero os seré sincero, hoy hay muchas probabilidades de que sea “ese día”. Acordaos también de lo jodido que es cuando descubres que todo lo que sabes o crees saber no es como piensas, nada es lo que parece...— Hizo una pausa, la escasa pero persistente lluvia le empapaba el cabello— También hay un momento en el que abandonas todo lo que tienes y aprecias por alguien o algo, sin importar las consecuencias y hasta el final, y muchas veces sin recibir nada a cambio. Posiblemente, muchos hoy os hayáis dado cuenta de que es fácil que muráis en breve, de que creíais que todo era más sencillo, que la soldada de mercenario era buena y fácil de ganar, pensabais que los orcos de los pasos de Eltauro jamás se unirían, y os preguntáis si todo esto merece la pena afrontarlo, dejarlo todo por esta batalla, por este ejército...

Elgo tomó aire, miró al encapotado cielo — No os voy a engañar, posiblemente hoy muramos... ¡Muerte, Desolación y Sacrifico! Ésos son nuestros privilegios y a la vez nuestra condena. La diferencia estriba en que podemos elegir nuestra derrota, pensadlo por un momento... ése es un privilegio al alcance de muy pocos.— Un relámpago cruzó el cielo, Elgo continuó— ¿Qué hacer, pues?, ¡Os diré lo que yo voy a hacer!, ¡luchar!, ¡luchemos como diablos de Penumbra, y hagamos al menos dudar a los Dioses de que esta batalla ya está perdida!— Elgo desenvainó su espadón “Zarpagris” y lo levanto con los músculos del brazo tensos como el acero. Otro trueno lejano hizo encabritarse a su caballo.

— ¡Desenvainad prestos, que los dioses vean el brillo de nuestras armas!— casi todos los mercenarios le obedecieron rápidamente.— Luchemos por dinero, mucho dinero, luchemos por la Marca del Este, pero sobre todo... luchemos ¡Por Noooooosoooooooootroooooooooooos!— chilló con todas sus fuerzas y cargó valle abajo a galope tendido mientras su caballo dejaba tras de sí polvo y dudas. Los caballeros, a cientos de pies de distancia, siguiendo sus propias órdenes, también comenzaron a avanzar a un ritmo creciente. El suelo retumbaba bajo los cascos de sus engalanados caballos. Un pequeño rayo de sol se abrió paso entre las densas nubes, por un momento el sol resplandeció sobre las toneladas de metal del Ejército del Este. Ecos de juramentos al dios Valion y a la Reina Vigdis II sonaron como en un sueño lejano.

Un infante visirtaní, un chico joven de no más de veinte inviernos, cetrino de piel y con un bigotillo incipiente, fue el primero de los mercenarios en salir y enjugarse de la magia del momento, miró a su alrededor, y mientras chillaba cargó también valle abajo, lanza en ristre. Poco a poco, como un lento tamborileo que va aumentando su cadencia, una marea de mercenarios le siguió…

La Batalla del Valle de Sargas en Eltauro acababa de comenzar, el estrépito era ensordecedor y el futuro de la Marca del Este reposaba, en parte, en los hombros de un pequeño grupo de mercenarios...

Marcados saludos.-

jueves, 1 de septiembre de 2011

El Pantano de los Suspiros II


Buenas,

Segunda parte:

En la gran bolsa del ogro, Dana encontró un precioso Jaspe, una capa bien doblada, bordada con finos hilos de oro (que dio a Nadine), un añoso escudo de madera remachada (que descartó) y unas cuantas monedas de oro que repartió con sus compañeros.

Tras esto, nuestros héroes continuaron su periplo en pos de la hija del posadero. Tuvieron un contratiempo con arenas movedizas, pero gracias a su destreza y a la cuerda (elemento indispensable en todo equipo) lograron solventarlo sin problemas.

Ya esteba anocheciendo cuando divisaron el mastodóntico edificio que conformaba el antiguo templo. Estaba ruinoso y medio derruido. Los héroes se acercaron con suma precaución. En esas estaban cuando de su derecha, de un viejo y grueso olmo, sonó: -“¡Pssh, pssh, vosotros acercaros!”-. El grupo se sobresalto, y Lock mandó a Dientecillos a explorar. Con algo de dificultad, lograron ver a una bella mujer oculta tras el olmo. –“Venid, sólo quiero ayudaros”- dijo la menuda mujer de pelo rojo llama. Poco a poco salió de su escondrijo. A Lock casi se le paró el corazón, la mujer apenas tapada por el largo cabello y hojas de olmo, era la fémina más bella que el ungolita jamás había visto, su voz, además, era melodiosa, pausada, dulce, pareciera que acariciaba la piel cada vez que hablaba. Comenzó una corta charla con la driada (pues de eso se trataba, de una driada, aunque Nadine, juró y perjuró que era una bruja del pantano). La driada les conminó a acabar con el mal que anidaba en el templo abandonado, y así convertir en más segura la zona donde se hallaba su árbol. Dijo haber visto a la joven entrar en el templo apenas tres horas antes y les ofreció un frasco de cristal con un ambarino contenido liquido, -“Usadlo cuando la situación sea más desesperada”-. A petición de Lock que pidió más ayuda ofreció un consejo: -“No todo lo muerto yace eternamente tras esas puertas”-.

Así pues se adentraron en el templo subiendo los amplios escalones de entrada, dos puertas enormes de bruñido hierro negro con calaveras y demonios obscenos grabados yacían, una en el suelo fuera de sus goznes, y la otra entreabierta. Entraron, pues, en la sala hipóstila. Una amplia sala de cincuenta metros por cincuenta, con columnas a ambos lados y pequeñas ventanas alargadas. El techo, muy muy alto, estaba semiderruido y amenazaba con caer. Al fondo de la sala vieron un oscuro altar con nigrománticos símbolos. Colgados entre las columnas y de éstas, había viejos tapices cuyos dibujos explicaban una historia que sólo Lock logró descifrar. Kalarsh, nació noble, joven y bravo guerrero, mucho se veía de sus batallas y glorias, más cuando la edad fue haciendo mella en él, se volvió oscuro e impío, exprimió a su pueblo y pactó con oscuros poderes. Se volvió un poderoso nigromante y gobernó la zona con puño de hierro. Debido a las malevolencias del tirano se creó el Pantano de los Suspiros, y aunque faltaban bastantes tapices (raidos y podridos por el tiempo), parece ser que el tirano finalmente murió.

Más cerca del altar descubrieron un agujero, una oscura oquedad que descendía hacía las entrañas de la tierra, formando un túnel. Gracias a la luz mágica que emitía la espada bastarda de Nadine, “Tajo Fiel” comenzaron a descender viendo donde pisaban. El túnel al principio estaba escavado en la roca, apuntillado por columnas de madera. Poco a poco el túnel comenzó a tener ladrillos de mampostería, tras más de cien metros caminando en sigilo y con sumo cuidado, a lo lejos vieron una puerta entreabierta, de dentro salía luz, así que Lock cogió a Dientecillos de su hombro y lo mandó a espiar. Nadine, que llevaba todo el tiempo con un zumbido en la cabeza, debido a la maldad intrínseca del templo, detectó, ahora con mayor fuerza, cómo tras la puerta anidaba un gran mal. Dientecillos volvió y subió por la pierna de su dueño, temblaba terriblemente asustado.

Los héroes se decidieron a entrar. La sala era pequeña con cuatro columnatas, seis antorchas (tres en cada pared lateral) iluminaban la escena. Justo en frente de los aventureros reposaba un pedestal marcado con un extraño símbolo, encima del pedestal podía verse una vasija sellada. Dispuestos por la sala también había varios esqueletos, seis, cinco de humanos y uno de enano, todos ellos pertrechados con armaduras y armas, aventureros, pensaron los héroes. Ofuscados por la escena, nuestros valientes no vieron una figura oculta en un lateral del pedestal, y se lanzaron hacía la vasija ávidos de terminar su peligroso periplo. De repente Nadine notó una malsana pulsación proveniente del extraño símbolo, tanto a ella como a Lock les invadió un sobrenatural terror que los empujaba a huir de la sala. Ambos con una inusitada fuerza de voluntad, sólo retrocedieron un par de pasos. Mientras Dana avanzó hasta el pedestal, y eso hizo que los seis esqueletos cobraran vida y comenzaran a atacar a nuestros héroes.

En ese momento Elmira se incorporó oculta tras el pedestal. Un brillo rojo antinatural brotaba de sus ojos, dijo con voz masculina y cavernosa: -“¡Ah, bien!, cuerpos más aptos para contener mi esencia”- y se encaró a Dana. La ladrona había cogido la vasija y con ayuda de la daga, había quitado el precito de cera, dentro descansaban cenizas mortuorias. Viendo a Elmira amenazándola, esparció las cenizas por encima de la joven, no sabiendo muy bien el porqué. Elmira, poseída, volvió a reír, y de repente de su cuerpo surgió una entidad fantasmagórica, un ser cadavérico arropado por una túnica que, volando, se abalanzó sobre Dana, abrazándola con su frío tacto preternatural. Trato de poseerla, pero Dana demostró tener una voluntad tan escurridiza como ella misma, pues logró expulsar al ser, que volvió al, ahora caído e inconsciente, cuerpo de Elmira.

Mientras, Nadine y Lock peleaban medio acobardados con los esqueletos, se vieron empujados hacía la puerta. El miedo en el ungolita era más patente, mientras que la paladín tras separar la cabeza del cuerpo de uno de los esqueletos, recobró la presencia de ánimo. Mirando fijamente el símbolo lo identifico como un glifo de miedo, y recordando sus viejas enseñanzas en el templo de Valion cayó en la cuenta de que con una oración y su símbolo sagrado de plata quizá podría acabar con el conjuro. Rauda, se dirigió al altar. Mientras Dana derribo a dos esqueletos con su arco y flechas.

En ese momento el ente anteriormente conocido como Kalarsh (pues de él se trataba), aprovechó que la paladín ya no estaba cerca de Lock y así no le protegía de la posesión, para intentar poseer al guerrero. El fuerte héroe, acongojado por el glifo, no tuvo la fuerza de voluntad para resistirse. Mientras Nadine destrozó el glifo y los esqueletos restantes cayeron de nuevo sin vida. Dana sacó la daga y acudió al auxilio de la inconsciente (de nuevo) Elmira, camino a ello recordó la poción de la driada, y como ésta colgaba del cinto del guerreo, se acercó con una voltereta y con suma destreza arranco la poción de su anclaje. Mientras Nadine y, su amigo poseído, Lock se enfrentaban cara a cara, espada en mano. Kalarsh en el cuerpo de Lock fintó y ataco a la cercana Dana, propinándola tal tajo, que casi acabó con su vida. Nadine contraatacó e intento un golpe lateral con la parte plana de la espada, pero la armadura del guerrero desvió el golpe. Dana herida dio un trago de una de sus pociones curativas mientras entregaba la de líquido dorado a su compañero. Nadine la bebió con avidez y se vio inundada de energía mística divina. Imposible de ser poseída y con su alma a salvo, comenzó a intentar exorcizar al ser que habitaba dentro de Lock. El primer intento fue infructuoso y hubo de esquivar el golpe de su compañero. Mientras Dana, ahora si, atendía a Elmira. El segundo intento de Nadine tuvo más éxito y el ser incorpóreo emergió aterrado de Lock, dejando a este inconsciente en el suelo. El ente comenzó a revolotear dando vueltas alocadamente en la sala, profiriendo un chillido aterrador y finalmente estallando en energía no-viva.

Pareciera que la esencia de Kalarsh mantuviese el templo en píe, pues los cimientos comenzaron a temblar. Así que Lock, recién recobrado, cogió a Elmira y salieron al claro donde se ubicaba el templo. Allí vieron como este se derrumbaba y decidieron pasar la noche, pues era muy tarde y no les iba a dar tiempo a volver.

A la mañana siguiente levantaron temprano el campamente y recorrieron el camino a la inversa, llegando a la posada al atardecer. Observaron como Elmira y Galen se fundían en un cálido abrazo. Ambos no podían estar más agradecidos y prepararon una suculenta cena, un banquete más bien. Los tres héroes comieron y bebieron con avidez y cuando Galen les ofreció unas pocas monedas de oro, fruto de sus ahorros en la última estación, rieron y declinaron el ofrecimiento con un brindis. Al día siguiente partirían rumbo a Robleda... aunque Marvalar no quedaba lejos...

Fin de la magnifica “El Pantano de los Suspiros” :)

Cabe destacar que aunque dejé a Kalarsh la habilidad de quitar niveles, preferí no usarla (debido a lo tarde que se acordaron de la poción) e intentar “poseer” a los AJs, más poderosos que Elmira. En fin, nos lo pasamos muy bien como ya he dicho en otras ocasiones, y para ser novatos dos de los jugadores, se metieron mucho en la historia. El final lo deje abierto, porque no sé cuando repetiremos aventura con ellos, y como está a punto de salir “Lo que el ojo no ve” y sé que comienza en Marvalar, quizá les mande para allí.

Marcados saludos.-