Aventuras en la Marca del Este, un retroclón español de la caja básica de D&D.

El Clan del Lobo Gris, aventureros proscritos, los últimos de su clan.

Estas son las crónicas de nuestras aventuras, con este magnífico sistema.

martes, 11 de noviembre de 2025

La Búsqueda de Amon Guruthos

 


Buenas,

Jugada al completo (cuatro sesiones) la última aventura de la campaña de “El Anillo Único, Segunda Edición; Relatos de las Tierras Solitarias”. La Búsqueda de Amon Guruthos, la Colina del Miedo. Hemos acabado esta campaña y creo que en general ha gustado bastante.

Disclaimer: Si vas a jugar esta campaña como jugador, no sigas leyendo, por favor, o te arruinaras buena parte de la experiencia. Y más esta última aventura, donde todo se resuelve (¿o no?).

Os dejo con el rolato hecho por Pepe desde el punto de vista de Jarno Salvanilla heredero de Jaco de Bree.

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PRÓLOGO I:

“El hielo no mata de golpe, sino de silencio.”

Aradhel, montaraz del norte.-

PRÓLOGO II:

Como la Profecía de Rael anunció hace casi mil años, la primavera del año 2.968 de la Tercera Edad fue fría, cruelmente fría. El Ojo del Arquero seguía en el cielo una ruta contraria a la senda que debían recorrer nuestros héroes. Mas si gélida era la estación en las tierras de Eriador, cuando los valientes se internaron en las Tierras Solitarias y en el inhóspito Forodwaith, conocieron el verdadero significado del frío y del hambre... ¡Que su resistencia y su valor sean recordados mientras los vientos del Norte sigan soplando sobre la Tierra Media!

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Había llegado la primavera a Bree. Jarno se disponía a dar su largo paseo diario. Beatriz no tardaría en terminar su turno en el Poni Pisador y cenarían juntos. El invierno había sido largo y frío, pero no tan frío como el que se trajo en su corazón en su último viaje.

Al pasar por la plaza, vio a su hijo Pietro, rodeado de amigos. Entre ellos había varias chicas bonitas que reían junto a él. Jarno se vio reflejado en su hijo, recordando cuando a su edad también tenía éxito con las chicas de Bree, hasta que conoció a Beatriz. Se le veía feliz, despreocupado; no solo a él, sino a todo el grupo de amigos con los que estaba, disfrutando de la llegada del buen tiempo. A medida que avanzaba por las calles, observaba el día a día del resto de las gentes de Bree. Dejó atrás la plaza y, con ello, se apagaron las risas de los jóvenes entre los que estaba su hijo. Sí, Pietro ya era un pequeño hombre, pero Jarno llegó a la conclusión de que aún debía disfrutar de una vida tranquila y sin preocupaciones. Aún no debía cargarlo con la responsabilidad que un día él aceptó, fruto de un juramento que hizo y cuya recompensa era ver cómo Pietro disfrutaba de la vida.

Pronto dejó a sus espaldas el pueblo, pero no así sus pensamientos. Él mismo había disfrutado de una vida tranquila durante algunas estaciones, algo indispensable para curar el vacío y la desesperanza que se trajo de su último viaje a los confines del mundo conocido. Cuando regresó, trajo consigo un desasosiego difícil de explicar y del que solo había podido recuperarse disfrutando de una vida apacible junto a su mujer y su hijo. Ese era el mayor tesoro que se trajo de su última aventura, un tesoro del que ahora muchos disfrutaban sin saber los sacrificios por los que, no solo él, sino también sus mejores amigos, pasaron.

Llegó a una pequeña colina coronada por un viejo árbol, en cuyo inmenso tronco podría vivir un ogro, dado su tamaño. En ese árbol, primaveras atrás, besó por primera vez a Beatriz y decidió tumbarse bajo su acogedora sombra. Desde allí oteaba la tranquilidad del pueblo y de los campos circundantes; si se esforzaba un poco, podía llegar a oír las conversaciones de las gentes sobre sus pequeñas y cotidianas vidas. Eso era música para sus oídos y alivio para su corazón, algo que guardaría en la memoria porque sabía que pronto volvería a abandonar ese lugar, pero que, sin haberlo disfrutado, no tendría fuerzas para hacerlo de nuevo…

—¡Así pues, estabas aquí! No sé por qué me lo imaginaba —dijo Beatriz en tono alegre. Su voz sacó a Jarno de sus pensamientos. Los primeros rayos del atardecer se reflejaban en su pelo, lo que le daba un halo casi sobrenatural, así como su sonrisa y sus ojos brillantes. Se fundieron en un beso y un abrazo, y la mujer tomó asiento junto a Jarno. Permanecieron unos instantes en silencio, degustando una botella de sidra que ella había traído.

—Hacía mucho que no me encontraba tan sereno —dijo Jarno, rompiendo el silencio—, pero ambos sabemos que pronto cambiará —continuó, cambiando el tono de su voz a uno más serio, aunque manteniendo la sonrisa.

—Lo sé —respondió Beatriz, bajando la mirada y acurrucándose junto a su esposo.

—Nunca me has preguntado sobre mi último viaje, y lo agradezco —prosiguió Jarno—. Solo tú entenderías que no estaba preparado para hablar sobre él. Profundas e invisibles eran las cicatrices con las que regresé y que solo tú y Pietro habéis podido sanar. Pero creo que ha llegado el momento de que sepas lo que aconteció en el norte…

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En los lejanos páramos de Forodwaith pocos asentamientos existen. El frío te congela los huesos y tu vista solo alcanza un inmenso horizonte blanco. Pudimos encontrar un asentamiento de lossoth, y la suerte se alió con nosotros cuando nos encontramos allí con un antiguo amigo: Jagat.

Este hizo de espléndido anfitrión, ofreciéndonos comida y cobijo, así como una audiencia con Egel, el líder de su tribu. Egel era ya un anciano de ojos penetrantes y no parecía amigable. Mucho nos costó, gracias a buenas y halagadoras palabras, que el viejo lossoth decidiera prestarnos su ayuda. Provisiones y un par de trineos tirados por perros, junto con un guía, fueron de una utilidad impagable para continuar nuestro viaje más hacia el norte aún. Nos habló de un castillo custodiado por un anciano mago, el cual deberíamos encontrar para, desde ahí, llegar a las antiguas ruinas de la Colina del Miedo.

Proseguimos nuestro viaje por la nieve y el frío, e incluso pudimos ver un enorme y majestuoso alce albino, un animal que jamás se podría contemplar en nuestras tierras. Nos llenó el alma de esperanza para proseguir nuestra búsqueda.

 

Tras un par de semanas de viaje, por fin divisamos las ruinas del castillo del que nos habló Egel. Entre la cellisca fui capaz de observar cómo una figura moraba aquellas ruinas. Nos acercamos con mucha precaución. Las ruinas parecían muy antiguas y con grabados que hablaban de antiguos héroes. A los pies de las ruinas había una pequeña cabaña con ofrendas en su puerta. Decidimos entrar. Su interior parecía confortable, incluso la chimenea estaba encendida. El calor era reconfortante. Una vez dentro, una mujer, saliendo de las sombras, nos dio la bienvenida. Se trataba de una elfa. Tras las debidas presentaciones, nos trató con amabilidad y cenamos junto a ella. Durante la cena contamos historias. Su nombre era Aya y apenas recordaba su edad. Había visto pasar incluso eras enteras, y el paso del tiempo y la soledad habían hecho mella en su alma. La añoranza de tiempos pasados y su propia inmortalidad —lo que para algunos es un don— para Aya se había convertido en su condena.

 

Tras la cena llegaron las canciones; todos cantamos. La elfa pareció conmoverse especialmente tras la mía y, después, le expusimos nuestro cometido y la verdadera razón de nuestra presencia allí. De nuevo la tristeza pareció apoderarse de la elfa, ya que muchos otros habían intentado poner fin a la Colina del Miedo antes que nosotros, fracasando en su intento. Para ella, la historia se repetiría, pero no obstante nos ayudaría a encontrar el camino hacia Amon Guruthos, el cual nacía de las entrañas de las ruinas del castillo donde nos encontrábamos.

De repente, algo rompió la velada. Alguien estaba al otro lado de la puerta. Aya parecía saber quién era y nos hizo prometer que bajo su techo no se desenvainarían las armas. Todos accedimos a la petición de nuestra anfitriona. Para nuestra sorpresa, nuestro inesperado visitante se trataba del viejo orco Snava. Mucho tuvo que contenerse Durthor para no abalanzarse sobre él, pero el viejo enano había dado ya su palabra y la cumplió. Aya narró cómo había salvado la vida del orco tiempo atrás y que, al igual que a nosotros, le dio hospitalidad. Ella no juzgaba a nadie.

Nos dispusimos a pasar toda la noche bajo el cobijo de Aya. No me pasó inadvertido cómo Snava fijó su mirada en mi espada nada más verla, pero al igual que nosotros, él había prometido a Aya comportarse según las normas de la elfa bajo su techo. En mitad de la noche Aya me despertó. Abrió su alma para hacerme ver su soledad y proponerme el don de una vida eterna si accedía a quedarme a su lado. A pesar de que por un momento vi la fragilidad del alma de la elfa y lo importante y solemne de su ofrecimiento, no dudé en rechazarlo con toda la amabilidad que pude. Mi sitio está junto a ti y Pietro.

Aun con la seguridad de la decisión tomada, me costó dormir esa noche. En mi desvelo pude escuchar cómo Aya fue rechazada por segunda vez, esta vez por Ramnulf, el beórnida. Dormí sintiendo tristeza por aquella elfa.

A la mañana siguiente partimos hacia la Colina del Miedo. Aya nos abrió unos antiguos portones que conducían al camino ceremonial del Rey Brujo de Angmar, el cual llevaba directamente al corazón de la colina que trajo la perdición al Reino del Norte. Nunca había visto una oscuridad semejante, pero gracias a unas antorchas élficas proporcionadas por Aya pudimos abrirnos paso en aquella negrura que todo lo engullía. Ya en mitad del pasadizo, a la tenue luz de las antorchas, pude ver cómo Ramnulf miró un par de veces atrás. Tal vez aún resonaba en su mente la proposición de la noche anterior de la elfa.

No recuerdo cuánto tiempo anduvimos por aquel oscuro corredor. En ocasiones, abismos sin fondo flanqueaban el camino y había que avanzar con extremo cuidado. Cuando por fin llegamos a lo que parecía una sala amplia, un hedor nauseabundo anunció la presencia de dos enormes trols. Los combatimos con fiereza a la luz de las antorchas, y mi espada Estelang pudo dar buena cuenta de ambos, gracias también a la ayuda de mis compañeros. Por suerte, solo sufrimos rasguños y algunas heridas sin importancia, y pudimos seguir por el túnel dejando atrás a los trols.

Tras lo que pareció una eternidad andando por la oscuridad, llegamos al final del túnel. Al otro lado, flanqueando la salida, había dos enormes estatuas con cabeza de buitre y tres cabezas cada una. A pesar de ser de roca sólida, solo su visión inspiraba terror y ganas de deshacer todo el camino andado, pues anunciaban que allí donde nos dirigíamos solo nos esperarían horrores aún mayores. Con gran fuerza de voluntad y valentía dejamos atrás a los pétreos guardianes y divisamos por fin la temible colina. A medida que nos acercábamos, pudimos distinguir cómo un sendero en espiral rodeaba la colina en ascensión, coronada por unas ruinas en la cumbre. Cuando llegamos a su base, nos encontramos con una pesada piedra que sellaba la entrada, marcada con inscripciones que coincidían perfectamente con Estelang. Tal como intuimos, la espada era la llave que abría la entrada a Amon Guruthos. Al otro lado de la puerta, un frío aún mayor nos invadió, acompañado de temblores en lo más profundo de la colina. Tras unos minutos de duda, decidimos ascender hacia las ruinas de la cumbre.

Tras recorrer el sendero en espiral, llegamos a la cima. Lo que encontramos fueron las ruinas de lo que parecía ser un antiguo templo, con un oscuro pozo en su centro. Aún recuerdo con miedo y desasosiego cuando todos dijimos al unísono:

«¡Salve, Rey Oscuro, Amo de la Vida y de la Muerte!»

Casi sin darme cuenta, me encontré en el borde de aquel templo en ruinas, observando el horizonte. Podía ver las gigantescas estatuas por las que antes pasamos gritar triunfantes y las puertas abrirse para dejar pasar a una procesión de jinetes: antiguos caballeros de Angmar dirigiéndose hacia el templo. Aquella visión me atenazó el alma y, durante unos instantes, mi único deseo fue arrojarme en nombre del Señor de Angmar al pozo del altar…

 

…En el último instante, gracias tal vez a uno de los pocos resquicios de esperanza que aún me quedaban en el corazón, me detuve al borde del pozo. Poco a poco fui recobrando la consciencia de dónde realmente estaba y de lo que ocurría a mi alrededor. Cuando miré al resto de compañeros, todos estaban mirando a la oscuridad del pozo: Ramnulf se había arrojado a su interior.

Cuando empezamos a ser conscientes de la pérdida del beórnida y la tristeza apagaba la llama de la esperanza, la voz de Ramnulf resonó desde el interior del pozo. El bravo guerrero estaba agarrado a un resquicio de piedra. Tras ayudarlo a salir y recobrar un hálito de esperanza, decidimos volver a la puerta que abrimos con Estelang. En su interior nos aguardaba más frío y oscuridad. Los cadáveres estaban apilados y era difícil avanzar sin pisarlos. Por fin llegamos a una sala más amplia, con sus paredes repletas de tumbas. Allí nos estaba esperando Snava. Esta vez, sin la protección de la elfa, Durthor se abalanzó sobre él, pero el orco tuvo tiempo de invocar a los antiguos espíritus de la colina, que se lanzaron contra Naelorin y contra mí.

A pesar de estar exhaustos, sabíamos que nuestro destino estaba cerca. Plantamos cara a nuestros enemigos y, mientras el enano partía como un melón la cabeza del orco, el elfo y yo dimos buena cuenta de los espíritus, ayudados por Estelang y el arco élfico de Naelorin.

Aún quedaba un último horror. Continuamos por el pasadizo y por fin llegamos al corazón de la colina: una gran sala abovedada con una inmensa sima que parecía llegar hasta lo más profundo de la tierra. Un temblor anunció la llegada de un nuevo peligro. De la sima surgió el espíritu de un dragón antiguo, tan antiguo como el propio mundo. Era enorme, una sierpe que nos rodeó en cuestión de segundos. Tomando cada uno el último hálito de esperanza que quedaba en nosotros, nos dispusimos a combatirla. El dragón nos envolvía, nos golpeaba con sus garras y su cola, intentaba morder con sus afilados colmillos. A pesar de herirlo, su aguante no parecía tener fin; parecía inmortal y poco a poco fue dando cuenta de nosotros. Arrojó al hobbit de un coletazo a la oscuridad de la sala, dejó inconsciente y malherido a Durthor y fuera de combate a Ramnulf con un gran corte en el pecho. Solo quedábamos Naelorin y yo. Sabíamos que el dragón estaba herido, pero teníamos que realizar un ataque coordinado para que Estelang pudiese expulsar a aquel espíritu. El elfo tensó su arco, pretendiendo dejar malherido al dragón para que yo asestase el golpe definitivo, pero lo tensó demasiado, buscando el disparo perfecto, y el arco saltó hecho añicos. En un acto de valentía, Naelorin se lanzó cuerpo a cuerpo contra el dragón. A pesar de nuestros ataques, el espíritu no cedía, pero sabíamos que aún teníamos una oportunidad. En uno de esos ataques, me atravesó el costado a la vez que el elfo le asestaba un golpe con la espada. El espíritu estaba débil y, reuniendo las pocas fuerzas que me restaban, hundí a Estelang en sus entrañas, acabando por fin con la sierpe, que se precipitó por la profunda sima, perdiéndose en las entrañas del mundo.

 

Todo parecía haber acabado, pero la sima seguía allí. El mal volvería una y otra vez por aquella herida en el mundo, y solo había una manera de sellarla: realizando un acto de valentía, honor y pureza, sin miedo. Eso limpiaría de una vez por todas el mal de aquella colina.

Naelorin se ofreció a sacrificarse por todos los pueblos libres. Miró la sima y se disponía a lanzarse por ella en un acto honorable para limpiar de maldad aquel lugar. Cuando apenas dos pasos le separaban de la grieta, Ramnulf lo detuvo con un grito. Se levantó malherido, mareado, con las últimas fuerzas que le quedaban. Nos miró a todos. En sus ojos había paz, confianza, pureza, honor en el acto que iba a realizar. Despidiéndose en silencio con una última mirada y una sonrisa cálida, Ramnulf se arrojó por la grieta…

... ... ...

La noche había caído, pero, a pesar de la poca luz, Beatriz vio cómo las lágrimas corrían por las mejillas de Jarno. Lo abrazó con firmeza y así estuvieron un tiempo en silencio. Tras ello, regresaron al pueblo dejando atrás el árbol de la colina. Jarno no sabía si volvería a estar bajo sus ramas junto a Beatriz, si vería enamorarse y tener hijos a Pietro o si envejecería en Bree, ya que para que esas circunstancias fueran posibles era gracias a sacrificios como el de Ramnulf, a héroes como Naelorin, Bruno, Durthor o él mismo: sacrificios que la mayoría de la gente común jamás conocerá. Héroes que han ligado sus vidas a un destino incierto para que la gente sencilla y de buen corazón pueda disfrutar de una vida en paz.

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EPÍLOGO:

Y he aquí que, tras incontables milenios, Amon Guruthos cesó de ser; la llaga pestilente del mal fue al fin cerrada, y su hedor se desvaneció como humo en la aurora.

En la caverna de la Isla de la Madre reposó, al cabo, el espíritu de Jaco de Bree; su alma, más que ninguna otra, desgarrada por el yugo de Amon Guruthos, halló reposo en los senderos ocultos de Eru, allí donde moran los hijos de los hombres tras su última jornada.

Pétalo Bajoárbol rindió, hace siglos, el último aliento en sosiego, casada y con prolífica estirpe, fundadora del linaje Bajoárbol en la aldea de Entibo. Ya su espíritu descansaba en calma, mas aquella primavera el viejo manzano del smial floreció con fruto sin par; y los suyos decían que era porque Pétalo, sepultada bajo las raíces, sonreía en secreto desde la tierra.

En las Tierras Imperecederas, Findril sintió de súbito una brisa que confortó y lavó su espíritu. Casi mil años había vivido en Valinor, mas aún arrastraba la sombra de la mancha. Al fin la halló ausente, y en su faz brotó la sonrisa: Amon Guruthos ya no era.

Sobre las ruinas de la Colina del Miedo, el tiempo había reducido a polvo los huesos de Baewulf el Oso y del enano Hacha Negra. Ante el rostro de Aüle, el espíritu de Hacha Negra soltó la carga de su deuda, y rió en sosiego, pues un vástago lejano, portador del nombre de su padre, había sido partícipe del milagro consumado.

Y en los valles septentrionales del Anduin se oyó de nuevo el correr libre del espíritu del oso salvaje, que tornaba a vagar bajo la bóveda del cielo, hoy más claro que ayer...

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Y hasta aquí el rolato de “La Búsqueda de Amon Guruthos”, como he dicho, creo que ha gustado bastante, y el juego, El Anillo Único Segunda Edición, también, aunque hay quien no acaba de cogerle el punto. Tengo clara la siguiente aventura, pero para después no sé si seguiremos por Eriador o daremos el salta para explorar Rhovanion…

Y a continuación los personajes, en el estado actual después de las subidas y cambios de la Fase de Comunidad de Yüle 2.968. Todos menos el personaje nuevo ya con una o más Cicatrices de la Sombra...:

Aventureros de Sombras sobre Eriador V.13.

 

Marcados saludos.-

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