Aventuras en la Marca del Este, un retroclón español de la caja básica de D&D.

El Clan del Lobo Gris, aventureros proscritos, los últimos de su clan.

Estas son las crónicas de nuestras aventuras, con este magnífico sistema.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Crónica Walküre: ¿Conoces a Zorro Rojo? PARTE 2




Segunda parte, y final, de la crónica de la primera misión a Walküre, rolatada por el personaje de Mario, Bl4ckm00N.

...

Una vez alunizamos en la impresionante estructura que conformaba el astropuerto lunar nos dirigimos en una aerotaxi hasta Nueva Jamaica. Las edificaciones metálicas, estructuras de neón y habitantes diferían bastante de lo que acostumbrábamos a ver en nuestro planeta Tierra, al menos de las ciudades de las que tenía registro visual.

Decidimos que tendríamos que buscar un alojamiento para pernoctar y descansar durante los siguientes días. Tras una breve negociación entre los de origen más y menos acomodado del grupo acabamos en un pequeño motel de Nueva Jamaica, su nombre Marley’s Motel, su distintivo un gigantesco neón con una estrella musical del siglo XX. Tres habitaciones, Turner y yo compartiríamos la ruinosa estancia en aquel tranquilo, o eso me parecía, tugurio.

Los primeros créditos invertidos nos sirvieron para identificar los garitos más famosos, por la razón que fuese, de Nueva Jamaica, La Arena, Templo a la Luna, McGrady’s, Tiempo Líquido, Cybergeisha Desenchufada, La Antesala, El Underdomo, Malos Tiempos, El Cascabel y Kung Pub.

Ésta era nuestra mejor pista pues preguntando por “Jean Luc” o “Zorro Rojo” no encontramos más que negaciones de cabeza y encogimientos de hombros.

Nos dividimos en tres equipos para investigar de forma más efectiva, Turner y McGregor por un lado, O’Conner, Berg y Von Isenhart por otro, y yo me quedaría en la habitación del hotel hackeando el sistema de cámaras de seguridad de tráfico con el fin de encontrar algún registro gráfico de Jean Luc.

Mi búsqueda se aventuraba complicada, tras acceder a los sistemas de vigilancia de la policía de tráfico de The Core comencé a procesar los vídeos registrados en las fechas que conocíamos en las que Jean Luc había viajado a las Islas Galápagos y, presumiblemente, a La Luna.
El procesamiento pesado de los vídeos y comparación pictográficas con imágenes de Jean Luc me llevaría varias horas que se me presentaban interminables en aquella oscura y solitaria habitación de motel tenuemente iluminada por la pantalla de mi ordenador.

En el mismo momento a varias manzanas de distancia pude observar por las cámaras de vigilancia del sector Quebec-Delta-3 como Turner y McGregor caminaban entre calles plagadas de putas, chaperos y chulos intentando hacer algo de negocio, camellos de poca monta ofreciendo cualquier sustancia que pudieras imaginar y mendigos borrachos acurrucados en las esquinas y callejones. Al torcer una de estas esquinas, desaparecieron del alcance visual de las cámaras que estaba controlando, y tras adentrarse unos veinte metros se vieron sorprendidos por cinco figuras amenazantes que se cruzaron en su camino.
Los matones que empuñaban pistolas y machetes y vestían las tan comunes chupas de cuero de delincuente, consideraron a Turner y McGregor presas fáciles y fuente de ingresos extra, y estaban muy dispuestos a darles una paliza y robarles todo lo que llevaban. El escocés loco como él solamente está se abalanzó en un movimiento más parecido al de un combatiente de esgrima a la vez que desenfundaba su arma y apoyaba el cañón en la frente de uno de ellos mientras que profería calmadamente algunos palabros en un idioma ininteligible.
Los matones gritaban nerviosos en su pseudolingua similar al inglés terrestre, no se habían imaginado tan rápida y decidida reacción de sus víctimas. Turner carraspeó su garganta y se dirigió enérgicamente al que parecía el jefecillo de los cinco intentando negociar una salida sin bajas en aquella desesperada situación. Las palabras del americano, y algunos créditos, parecieron surgir efecto, tras unos breves pero interminables segundos los matones decidieron bajar las armas a la vez que el loco escocés. Volvieron a salir del callejón a paso ligero y se dirigieron calle adelante hacia un bar llamado Cybergeisha Desenchufada.

Desde las cámaras de tráfico del sector Sierra-Charlie-3, observé como un numeroso grupo de Neorastafaris se congregaba alrededor de una palestra improvisada, en un puesto de información pintado con grafitis, desde la cual un enorme negro vestido con ropajes de mil colores estaba aleccionándoles en una clase de charla pseudo religiosa.
A sus pies cuatro extremadamente musculados neorastafaris vigilaban a los oyentes a modo de seguridad del orador portando subfusiles.

A paso normal y por la acera contraria el grupo formado por el irlandés, el sueco y el estirado aristócrata alemán caminaban hacia el pub McGrady’s, simple coincidencia o deseo de hidratarse con un whisky decente por parte del O’Conner. Las palabras sobre el Dios Luna llegaron a oídos del irlandés que vio exacerbado su particular sentido religioso y se sintió en la necesidad de reafirmar su fe en un acto de constricción delante de aquellos apócrifos. En su mente surgió la frase que tantas veces se le había sonado en su mente― “Hoy es un buen día para morir” ―y no lo dudó ni un solo instante.

El violento enfrentamiento no tardó en hacerse realidad tras las primeras palabras que pudieron parecer ofensivas al orador y su público. Desde mi visión multiangular pude comprobar la gran capacidad letal de mis nuevos compañeros. Las balas perforantes comenzaron a volar en ambas direcciones. La multitud enloquecida ante la situación violenta corría en todas direcciones. O’Conner literalmente volaba con un espectacular salto gracias a sus ciberpiernas y se situaba entre la seguridad armada del predicador. Dos de ellos cayeron rápidamente, además de algunos inocentes seguidores religiosos debido al fuego cruzado. Los dos guardaespaldas que seguían vivos se habían ya preocupado en llevarse en volandas al religioso protegiéndole de los disparos y lo introdujeron en un vehículo que esperaba a pocos metros de distancia.

La contienda transcurrió en algo más de treinta segundos aunque mí privilegiada posición de observador me parecieron apenas tres segundos. Mis tres compañeros dejaron atrás a los cuerpos malheridos en medio de la plaza al oír las sirenas de la policía que se aproximaban por una de las calles cercanas, escabulléndose por uno de los callejones que parecía desembocar al McGrady’s.

La pareja formada por Turner y McGregor entraron en el bar Cybergeisha Desenchufada de decoración muy tecnificada y cierto aire japonés. Estaba literalmente repleto de biombos de bambú, paredes pintadas con motivos japoneses, dragones, samuráis, onis, etc. El ambiente parecía una combinación extraña entre un bar de alterne, un local de psico-experiencias sensoriales y un espacio bohemio para el intercambio de ideas peregrinas muy frecuentado por los hackers y tecnófilos de The Core.

En la barra una exuberante negra maquillada como una geisha hacía las veces de camarera, de encargada y de madame del negocio. Tras unas cuantas copas se atrevieron a preguntar por Jean Luc. Unas cuantas conversaciones infructuosas, unos créditos malgastados en invitaciones a copas, hasta que al final dieron con la tecla adecuada. Nuestro malogrado amigo Renard tenía alquilado un almacén a unas cuantas manzanas del local. Al fin teníamos una pista que parecía acercarnos a nuestro objetivo.

Verdadero whisky corrió en el McGrady’s, el generoso Von Isenhart compró una botella de un gran reserva de más de 20 años para el deleite de los invitados a la ronda. Un viejo caballero muy agradecido por tal invitación no pudo dar más pistas a mis compañeros que preguntaran en el bar llamado Cybergeisha Desenchufada por ese tal Jean Luc Renard por el que venían preguntando.

Justo al llegar al Cybergeisha Desenchufada se encontraron saliendo por la puerta al resto del grupo. Las pistas parecían claras. Jean Luc utilizaba ese almacén situado en el límite del sector Quebec-Delta-3 y encastrado entre los niveles 2 y 3 de Nueva Jamaica para esconder algo, y debían dirigirse hasta allí para descubrir qué era.

El almacén no parecía muy grande desde el exterior, aproximadamente cuatrocientos metros cuadrados de planta cuadrangular y quince metros de altura, y no se diferenciaba mucho de los que estaban en la misma calle salvo por la salvedad de que en uno sus laterales lindaba con un oscuro y estrecho callejón. En ese momento desaparecieron de la vista de las cámaras de tráfico. Mi preocupación se fijó en controlar cualquier vehículo sospechoso o patrulla de policía que pudiera circular por la zona.



En ese callejón había un estrecho pasadizo que daba a una puerta trasera. Forzar la cerradura no fue complicado. El almacén estaba únicamente iluminado por unas pequeñas chispas producidas por algunos aparatos electrónicos al fondo del local. Sigilosamente se movieron por su interior para descubrir que Renard había estado trabajando en un ingenio militar, un robot andador que despertó en ese mismo instante considerándoles intrusos y enemigos. Sus sistemas de detección y ataque se activaron comenzando a disparar a los miembros del grupo que se movieron a parapetarse con cualquier objeto voluminoso que pudieron encontrar. Después de la sorpresa inicial el robot apenas ofreció resistencia y no fue un duro rival cayendo abatido ante el fuego pesado de mis cinco compañeros.

Una vez el robot fue abatido comenzaron a tener conciencia del interior del oscuro almacén que olía mucho a humedad. Prácticamente estaba diáfano, con el techo plano a tres metros y goteando agua. Todo estaba lleno de aparatos tecnológicos, cachivaches mecánicos, prensas, herramientas desparramadas, cables pelados echando chispas, varios ordenadores encendidos con la pantalla en negro y textos en letras verdes. A la izquierda, justo en frente de la puerta de atrás que daba al callejón había una litera y una nevera del siglo pasado. Al fondo un pequeño cubículo con lo que parece un baño, el fluorescente del baño parpadeaba y era lo único que daba luz al almacén. Pero lo que más llamó la atención es un enorme servidor en el centro del almacén con varias consolas de navegación conectadas a él. En el enorme monitor central parpadeaba y fluctuaba una imagen, el zorro rojo con la A, el símbolo que ya nos mostró Bantua. Una de las consolas tenía los LEDS encendidos, en la pequeña pantalla de la consola ponía lo que parecía un mensaje antiguo.

> Datos Recibidos
> Transmisión Completa
> Activado Protocolo Mnemosine2.0.

A todos nos pareció claro que podríamos obtener alguna pista más acertada de lo que hacía Jean Luc aquí si conseguíamos desenchufarla.

En ese preciso instante vi aparecer a través de las cámaras de tráfico dos berlinas de color negro y cristales tintados que se detuvieron en seco delante de la puerta del almacén bajándose seis hombres de porte militar y vestidos de riguroso negro. Uno de ellos abrió el maletero de uno de los vehículos sacando una ametralladora pesada H&K G30, 7mm Gauss de facturación alemana y colocándola cuidadosamente en un trípode sobre el capó. Avisé por teléfono de la llegada de los inesperados invitados. Debían salir lo antes posible de ese almacén.
Uno de los nazis que había salido del primer vehículo gritó hacia el interior del almacén que querían la consola y que si se la entregaban les perdonarían la vida. En ese instante el brutal estruendo de la percusión de la ametralladora producido por los pesados proyectiles disparados contra la puerta de chapa del almacén que quedó como un queso gruyer les forzó a decidir rápidamente su siguiente paso.

La puerta trasera parecía la mejor opción. Una vez en el callejón O’Conner se catapultó con sus ciberpiernas hacia la espalda de uno de los atacantes mientras que el francotirador Von Isenhart se deshacía con su preciso disparo de otro de los enemigos. Berg salió por la puerta delantera sorprendiendo a los alemanes que estaban protegidos detrás de los vehículos disparando su arma de forma certera acabando con la vida de dos de ellos. Mientras tanto McGregor arrancaba con el mayor cuidado posible los cables de la consola con el objetivo de salir corriendo de allí lo antes posible. Turner le esperaba con la puerta trasera del almacén abierta. Lograron forzar la cerradura del almacén contiguo y entrar en él. Su objetivo era poder salir por la puerta del almacén y sorprender así a sus atacantes. La contienda acabó con los atacantes alemanes muertos y sin ninguna baja por nuestro lado.

La noche no acabaría tan rápido, por las cámaras de tráfico conseguí ver varios coches de policía que se acercaban con las sirenas encendidas a alta velocidad en dirección al almacén de Jean Luc. Apenas teníamos veinte segundos antes de que aparecieran al final de la calle. Comuniqué este contratiempo a Turner para que salieran de allí lo antes posible. Rápidamente se introdujeron en los dos vehículos que habían traído los nazis justo cuando las luces azules y rojas de la policía comenzaban a reflejarse en los cristales de los edificios. Mientras tanto O’Conner huía en otra dirección de un gran salto a un nivel superior del complejo de The Core.

El sonido de los motores arrancados y olor a rueda quemada al acelerar a fondo y levantar el pie del embrague. Los dos vehículos salieron disparados por la calle ignorando el semáforo que acababa de ponerse en rojo. Tres coches de la policía les seguían a apenas cincuenta metros. Por el altavoz resonaba la voz de uno de los agentes requiriendo que detuvieran el vehículo, en caso contrario se verían obligados a utilizar la fuerza y acto seguido así lo hicieron. El copiloto del primer vehículo policial sacó medio cuerpo por la ventanilla del coche y empuñó una escopeta de gran calibre disparando directamente contra el cristal trasero del vehículo conducido por McGregor que resultó seriamente dañado reduciendo un poco la marcha mientras que el vehículo que estaba a la cabeza lograba dejarles atrás y perderse por el entramado de calles.

Tras ser alcanzado por el primero de los disparos de la doble escopeta y mientras el policía recargaba su arma, McGregor despertó al espíritu de gran piloto que lleva dentro y puso todos los sentidos en salvar a su copiloto Turner y a su perro imaginario, Edward, que viajaba con ellos en el asiento trasero. Unas cuantas calles más, unos derrapajes al límite al girar en una intersección, y por fin consiguieron dejar atrás a sus perseguidores.

Abandonaron el vehículo a un par de manzanas del motel en el que ya esperaban junto a mí, Berg, Von Isenhart y O’Conner con nuestro equipaje en la mano. Emocionados me enseñaron la consola que habían conseguido arrancar del almacén de Renard y decidimos dirigirnos a la oficina que Oberón A.G. había establecido en la Luna en una de las zonas más exclusivas de The Core.

El reloj de la cafetería situada enfrente marcó las 5 en punto. Restaban tres horas para la apertura del local y el café caliente servido por una rubia camarera pechugona, ya entrada en los cuarenta, y con cara de no aguantar ni un solo comentario jocoso, nos debería ayudar a no caer rendidos después de las últimas intensas horas. El amanecer artificial nos sorprendió a todos mientras comentábamos en voz baja cómo había sucedido la operación para Oberón A.G., las pocas pistas que teníamos sobre el destino de nuestro amigo Renard y las ganas que teníamos de volver a La Tierra.

Por el cristal de la cafetería observamos cómo una delicada señorita de poco menos de veinte años se abría los cierres metálicos del local desde una pequeña consola situada a la derecha de la puerta. Pagamos nuestros desayunos, del que Berg había hecho buena cuenta acabándose la bandeja de bollería que nos habían dejado en la barra, y cruzamos la calle casi sin mirar. Entramos como seis poseídos y nos dirigimos al mostrador dónde la señorita se encontraba encendiendo su terminal informático. Nos presentamos como agentes de Oberón A.G. y después de unos minutos teníamos gestionado nuestros billetes de vuelta a La Tierra en el siguiente crucero espacial a primera hora de la tarde. O’Conner, siguiendo sus instintos más personales, no perdió el tiempo y sutilmente concertó un vis-á-vis con la señorita a la hora de la comida en el restaurante en el que habíamos estado por la mañana.

El viaje de vuelta me pareció mucho más rápido que el de ida. Debía ser la tensión acumulada o las horas sin dormir que recuperé durante gran parte del viaje hasta el Ascensor Espacial. El único sobresalto ocurrió un día antes de llegar a la estación orbital. Escuchamos murmullos que se hacían cada vez más fuertes y personal de la tripulación corriendo por los pasillos. Nos asomamos a uno de los grandes ventanales para deleitarnos la vista con una obra maestra de la ingeniería aeroespacial. A lo lejos la Walküre, moviéndose en el espacio, muy lejos, pero con un rumbo que podría coincidir con el de nuestra astronave, finalmente la Walküre giró levente hacia su babor y se alejó de nuestro rumbo. Tres días después de embarcar en el astro puerto de la Base Tranquilidad nos encontrábamos en una sala de reuniones de la oficina central de Oberón A.G. situada en la ciudad helvética de Zúrich. En ella nos recibió Monsieur Bantua con una amplia sonrisa y deseoso de tocar ese dispositivo que había pertenecido a Renard y que tanto nos había costado conseguir y traer desde nuestro satélite lunar.

Estuvimos esperando más o menos una hora en una de las salas magnas de las lujosas oficinas de Oberón A.G.. Al cabo de un tiempo Monsier Bantua entró en la sala de nuevo y nos felicitó personalmente a cada uno de nosotros por el indiscutible éxito de la misión. Además nos explicó que los técnicos del laboratorio entre los que se encuentra el hermano de Von Isenhart, habían podido extraer la información de la consola.

“Al parecer desde esta consola, enchufada al servidor, se ejecutó remotamente Mnemosine2.0, el programa se lanzó a la Malla y se perdió en un conglomerado de Filipinas. Esta especie de proto-Inteligencia Artificial carecía de informes concretos de Oberón, según han podido averiguar. Tendremos que estar vigilantes, pero parece que la I.A. creada por Renard “duerme” o ha desaparecido.”

Su satisfacción era palpable y prosiguió realizándonos una oferta para formar parte de Oberón A.G. como agentes de campo. La oferta consistía en un sueldo inicial al mes de 2.000 créditos complementado con un coche de gama media o media alta, y una vivienda a elegir entre un ático dúplex en el centro de Zúrich que solicitamos O’Conner, Turner y yo, otro ático dúplex en un elitista edificio con vistas a la Basteiplatz en el distrito financiero. Berg, McGregor y su perro solicitaron una vivienda unifamiliar con jardín a unos 30 kilómetros al norte de Zúrich.

No habían pasado ni diez días desde la muerte de nuestro amigo Jean Luc Renard y a mí me parecía una eternidad. Tenía el presentimiento que las situaciones a las que nos íbamos a enfrentar los próximos meses nos llevarían al límite poniéndonos a prueba a cada uno de nosotros.

“Alert filter_JLR TRUE DETECTION”― La rutina de filtrado en la Malla que había preparado para detectar cualquier movimiento de Renard me había arrojado fuera de mis pensamientos súbitamente. En ese preciso instante recibí una comunicación UltraIRC encriptada que decía ―“Amigo, me alegra que hayáis entrado en Oberón... Yo… estaré por ahí, observando. Au revoir.”

Una extraña sensación me volvió a recorrer el cuerpo y unas tremendas nauseas me forzaron a correr medio tambaleándome hasta el lujoso baño del apartamento para vomitar lo poco que había ingerido el día anterior.

Unos días antes, en la Luna, en el almacén abandonado en aquella lúgubre calle de The Core, en la base de Renard. En un pequeño cubículo en el subsuelo, hay un ordenador, de repente se enciende. En la pantalla de la computadora comienza a ejecutarse una línea de comandos.

> Activado protocolo Mnemosine2.5
> Enviando datos a servidor remoto
> 15% .. 30% .. 60% .. 90%
> Transmisión Completa
> Ejecución a distancia
> Mnemosine3.0 /ACTIVADA”

Poco a poco la pantalla pasa del negro al blanco y comienza a dibujarse la cabeza de un zorro, en color rojo.



Marcados saludos.-

viernes, 28 de noviembre de 2014

Crónica Walküre: ¿Conoces a Zorro Rojo? PARTE 1



Primera parte de la crónica de la primera misión a Walküre, rolatada por el personaje de Mario, Bl4ckm00N.

Mis ojos se abrieron lentamente después de más de dieciséis horas durmiendo en un mullido colchón de plumas de ganso canadiense, o al menos eso ponía en la etiqueta con letras doradas que colgaba tímidamente de una de las esquinas de la imponente cama de dos metros de ancho de mi nueva y lujosa vivienda. Un ático situado en una de las calles principales de la ciudad de Zúrich en Suiza. Lentamente mi cuerpo comenzaba a reaccionar. La sangre parecía volver a recorrer mis venas y mis músculos de desperezaban. Sentía que había pasado mucho tiempo desde que regresamos de la Luna en una primera operación para la compañía Oberón A.G. antes incluso de haber sido contratados como parte de su plantilla fija de analistas.

Los recuerdos se ordenaban perfectamente en mi memoria digital. Repasé cada uno de ellos vívidamente como si ocurriesen en este mismo instante. Las sensaciones seguían siendo extrañas, no terminaba de acostumbrarme al desasosiego que me producía tal poder mental. Las primeras imágenes que me impactaron fueron las caras de los cinco que permanecimos en el cementerio de Montmartre el día del entierro de nuestro común amigo Jean Luc Renard. Era una mañana fría para ser mayo, en Paris. El tiempo parecía también haberse entristecido de tal tamaña pérdida. Todas las caras eran diferentes pero mostraban un semblante común, la seriedad y pesadumbre del momento. A mi lado había permanecido un hombre de mediana edad y aspecto normal. Extremadamente normal para lo extravagante del resto del plantel. Un puñado de tierra y un chorro de whisky salpicaron el ataúd de Jean Luc. Un curtido irlandés de aspecto desaliñado pero con aquel punto atractivo que a la mayoría de las mujeres menores de veinticinco y con ganas de aventuras les gusta. Dos metros más atrás un enorme, musculoso e imponente rubio como si hubiese sido sacado de un combate de lucha libre permanecía impasible mirando fijamente a un escocés que con una pequeña gaita nos deleitaba con unos sonidos que jamás en mi corta existencia había escuchado. La pierna me vibra. Es mi móvil. Número desconocido.
“Sí. Eh… ¿Quién es?”
“Hombre, ¡Cuánto tiempo Blackmoon! Oye, escucha, ¿qué tal se me ve desde ahí?”

Toda la sangre de mi cerebro desapareció y una bofetada de bilis me golpeó con tanta fuerza que me hizo vomitar hasta la primera leche de mi madre. Era la voz de Jean Luc. Estoy seguro, pero ¿cómo era posible si estábamos delante de su cuerpo yacente? El irlandés me tendió la petaca con la que había regado el féretro de Jean Luc. Lo que menos me apetecía era meter nada en mi cuerpo. Mis piernas temblaban aún y tuve que sentarme sobre una de las tumbas cercanas.

Cinco hombres de traje negro con una corpulencia digna de los mejores militares de élite se acercaron a nosotros mientras aún yo me encontraba con la cabeza agachada intentando recuperar el pulso. Se presentaron como agentes de Oberon A.G. la misma empresa para la que había trabajado Jean Luc y nos indicaron que estaban esperándonos a la salida del cementerio. Nos dirigieron hasta una gran limusina negra escoltada por dos grandes vehículos todo terreno del mismo color. Nos abrieron la puerta y fuimos entrando uno a uno al interior del lujoso vehículo.

“Hola, bienvenidos, les estaba esperando, he oídos hablar mucho de ustedes, sé que eran buenos amigos de Jean Luc. Mi nombre es Jeremy Bantua, responsable de la sede de Oberón aquí, en París.
Tengo que comentarles algo realmente importante, quizá fruto de una futura colaboración todos salgamos ganando. Pero ya hablaremos cuando lleguemos a la sede… ¿Alguno quiere una copa de vino? Año 2.048, excelentes caldos.”

El viaje a la sede de Oberón A.G., que se encontraba a unos veinte minutos del cementerio de Montmartre, se me hizo bastante corto, mientras el sueco se dedicaba a comer todo lo había en la pequeña nevera de la limusina y el irlandés rellenaba su petaca de una botella de whisky. A una manzana de distancia de nuestro punto de partida, nuestra limusina se detuvo para recoger a un estirado alemán con aires de superioridad vestido con ropajes militares.

La sede de Oberón A.G. me pareció impresionante. Un enorme edificio de cemento y cristal en el Distrito 12º de la ciudad de Paris, en una zona empresarial cercana a la estación de Gare-de-Lyon. Subimos a un impresionante ascensor exterior acristalado con vistas a la ciudad de Paris. Nuestro anfitrión pulsó el botón de la décima planta y el ascensor comenzó a subir a una velocidad constante. De repente el ascensor se detuvo en la sexta planta y las puertas se abrieron, pudimos observar varias líneas de típicas mesas de oficina y un par de decenas de hombres y mujeres con sobrios trajes trabajando sin apenas levantar la cabeza de sus escritorios. Monsieur Bantua miró extrañado al resto del pasaje del ascensor intentando adivinar quién habría podido pulsar el botón de parada en la sexta planta.

Finalmente llegamos a nuestro destino sin más paradas, la planta noble de la oficina parisina de Oberón A.G.. Nos dirigimos por un amplio y luminoso pasillo hasta una sala de reuniones, varias pinturas neo modernistas colgaban de las paredes. Me sorprendió bastante ver al menos veinte sillones de cuero verdadero. Berg, el gran sueco, ya tenía las dos manos y la boca ocupadas con el catering que nos esperaba en una mesa de la sala. O’Conner sirvió un par de vasos de whiskey y rellenó su petaca y el resto nos sentamos en los barrocos sillones. Monsieur Bantua se aclaró la voz y comenzó a hablar:
“¿Conocéis el Proyecto Mnemosine?
En los años 50, en pleno auge de las redes sociales, un selecto grupo de hackers independientes creo este “programa” para conseguir dinero y reivindicar sus filosofías de “La Mente cibernética”, “La Era de la Inteligencia Artificial”, etcétera, etcétera, anarquistas del lado más oscuro del avance tecnológico. Pues bien, nuestro amigo Renard era uno de los artífices de Mnemosine. El Proyecto consistía en que tras la muerte, de un cliente qué hubiese firmado con Mnemosine, éste, pudiera llegar a ser emulado por un ordenador, gracias a la cantidad de datos y archivos multimedia suyos que circulan por la malla. En realidad no era “Inteligencia Artificial”, se trataba, más bien, de un software que recreaba la personalidad del muerto en base a toda la información que figura en sus redes sociales, de manera que imitaba su manera de escribir, de reaccionar, de interactuar, hablar y aspecto, a quién felicitar en cumpleaños, cómo hacerlo, cómo recibir felicitaciones, qué noticias comentar, qué solía compartir.

Todos estos datos estaban ahí, en la Malla, al alcance de cualquiera que pudiera cogerlos. Mnemosine decía hacer uso de ellos sólo para hacer más llevadera la perdida de seres queridos durante una temporada... ¿Quién no querría haberse despedido bien de aquel ser querido del que no pudo hacerlo? A fin de cuentas, muchas veces el contacto con algunos conocidos es simplemente ver como actualiza el estado de su red social preferida…”

En ese momento se detuvo, contuvo la respiración unos instantes y nos miró a los ojos uno a uno como queriendo captar de nuevo nuestra atención.

“El caso es que la gente no estaba preparada para Mnemosine, era… mmm… demasiado “bizarro”, además como sabréis a mediados de siglo se produjo una reacción colectiva ante el aislamiento producido por las nuevas tecnologías, propiciando un resurgimiento de las actividades lúdicas tradicionales, en detrimento de las relaciones virtuales. La gente comenzó a salir a la calle de nuevo, para trabar amistad y relacionarse directamente con otros seres humanos, priorizando el contacto personal sobre el virtual…
Mnemosine cayó, así, en el olvido.
O al menos eso se creía, cuando hace una semana Jean Luc Renard desapareció y no dio señales de vida, nuestro informáticos comenzaron a registrar sus cuentas en Oberón, en un servidor personal adosado a la Malla Oberón encontraron un ejecutable llamado Mnemosine1.9. Al parecer, en paralelo a cualquier otro trabajo, Renard amplió y mejoró Mnemosine, no sólo dándole acceso a correos y redes sociales, sino también a cuentas más privadas, bancarias, empresariales, dando acceso a datos personales y maneras de actuación distintas a las mostradas en público en una red social. Además el programa emulador en sí, es mucho más potente usando los servidores de Oberón más poderosos con procesadores fotónicos ópticos y todo lo último en informática de lo que disponemos… Como bien sabrán, Renard era muy hábil y supo tener todo esto oculto a nuestros ojos.

Cuando Renard falleció jugando a sus jueguitos, un remoto hizo ejecutar Mnemosine1.9 en nuestro servidor. Según nuestros informáticos una especie de zorro rojo apareció en las pantallas... Miren detrás, en esa pantalla, a ese logo me refiero” ― Mientras mostraba un logo de un zorro con fondo de la A de Anarquista.


“Luego apareció una línea de comandos” >> Zorro Rojo os saluda “y con esto el virus se marchó de nuestro servidor. A tenor de investigaciones posteriores sin llevarse un solo dato de Oberón, al parecer sólo se llevó cosas privadas de Jean Luc. Aun así no podemos fiarnos, y obviamente hemos de investigar esto...
Todo indica que Mnemosine1.9 llevaba implementado tecnología que si me temo tenga base I.A., también que el propio Jean Luc les ha metido en esto. Creo que sería conveniente para todos investigar qué es Zorro Rojo, cómo actúa o qué quiere. Sí no conocen Oberón, he de decirles que somos una empresa puntera, les pagaremos bien por este trabajo freelance y si demuestran ser buenos agentes y discretos, quizá pueden visitar Zúrich y quién sabe si empezar un lucrativo contrato para ambas partes.”

Nos miramos unos a otros durante unos instantes, estoy seguro que cuando nos dirigíamos cada uno por separado esta mañana al entierro de nuestro común amigo Jean Luc no nos podíamos ni imaginar que terminaríamos el día trabajando juntos para resolver un misterioso caso sobre el origen de un virus informático.

Un sí por respuesta unánime.

Sin más dilación nos organizamos en dos grupos de trabajo. Turner y yo nos quedaríamos en las instalaciones de Oberón A.G. analizando el ordenador personal de Jean Luc mientras que irlandés O’Conner, el escocés McGregor, el sueco Berg y el alemán Von Isenhart conducirían hasta el lugar que parecía la única pista que teníamos, la panadería-refugio de Jean Luc en Paris.

Durante un par de horas escudriñé el ordenador personal de Jean Luc, me extrañó que fuese tan sencillo acceder a él y analizar su contenido, parecía que todo estaba preparado para que encontrara la información necesitábamos.
Algunos programas y rutinas relacionadas con material militar de origen soviético, holoimágenes y holovídeos privados de Jean Luc, documentación varia sobre miles de temas intrascendentales, y como colofón un código de encriptación creado por el mismo Jean Luc. Solamente había un problema. Ese código estaba relacionado con la seguridad de los sistemas de la oficina de Paris. Mi instinto me hizo pensar que para la oficina de Zúrich Jean Luc habría creado otro similar y que también nos serían de ayuda. Obtenerlo no fue muy complicado. Me conecté mentalmente a uno de los terminales de acceso de los sistemas de Paris y tras algunos intentos conseguí interconectarme con los servidores de la oficina de Zúrich. Solamente tres segundos. Respaldo de información y borrado de todos mis rastros. Trabajo hecho.

Aparcaron la gran berlina negra frente a la pequeña panadería situada en el Distrito 5º de Paris, en el Quartier Latin, en la esquina de la Rue Soufflot y la Rue Toullier. Al entrar, la sexagenaria tendera les saludó efusivamente en francés, parecía sorprendida a la vez de encantada de volver a verles.
Su semblante cambió dramáticamente cuando le indicaron que Jean Luc había fallecido y que estaban allí para buscar alguna pista que pudiera esclarecer su muerte. El apartamento subterráneo de Jean Luc parecía inalterado. Nadie había entrado o cambiado de sitio los muebles u objetos, o al menos eso les pareció. Tras más de veinte minutos buscando entre los enseres y recuerdos no encontraron nada que pudiera parecer una pista. Decidieron abrir a tiros una pequeña escotilla que daba al vetusto sistema de alcantarillado de la ciudad. Tampoco eso parecía ser una pista. Justo antes de ceder en su empeño el imaginario compañero perruno del escocés, o eso intentó hacerles creer, encontró una revista de viajes con una de sus páginas marcadas al lado del inodoro. La página señalaba un anuncio del ascensor lunar situado en las Islas Galápagos. Esto sí era una gran pista. Tanto O’Conner como McGregor habían acompañado a Jean Luc a estas islas en algún momento de los meses pasados.

Nos encontramos todos reunidos de nuevo en la sala magna comentando entre nosotros qué habíamos encontrado en las últimas horas. Pocas ideas sobre cuál podría ser nuestro siguiente paso, hasta que mientras que Turner y yo realizábamos una explicación demasiado técnica para algunos sobre los códigos alfanuméricos que Jean Luc nos había remitido antes de su muerte, O’Conner indicó que él también tenía otro, y McGregor, y Berg. En conclusión, Jean Luc sabía, como era obvio siempre en él, que terminaríamos todos nosotros juntos hablando sobre él y estos códigos.

El siguiente paso fue simple. Utilizamos el programa de encriptación para convertir los mensajes en simples números. Y los números en coordenadas selénicas. Y las coordenadas en un lugar, que no se encontraba sobre la superficie de La Tierra, sino en la superficie de nuestro satélite lunar. Exactamente señalaban a la ciudad subterránea de The Tubular Core, adyacente a Tranquility Base. De hecho al ser una ciudad grande, las coordenadas dirigían concretamente a un barrio concreto, Nueva Jamaica, o lo qué es lo mismo los bajos fondos de Tubular Core.

Monsier Bantua nos preguntó si alguno de nosotros tenía problemas con la justicia, o es buscado en algún país, su plan consistía en que viajásemos hasta las coordenadas e investigáramos para Oberón A.G. todo lo relacionado con Renard y Zorro Rojo. Su oferta, 5.000 créditos por persona, gastos de la misión aparte. Deberíamos viajar a las Islas Galápagos, desde allí, en la base aliada, tendríamos reservado asiento en el Ascensor Espacial, y una vez en órbita embarcaríamos en el USSS Pearlman, un crucero con viajeros civiles, con destino a la Luna, en concreto a Tubular Core. Para ello debíamos tener en orden el pasaporte y no tener problemas con la justicia estadounidense. Nuestras armas podrían viajar en una valija corpo-diplomática hasta La Luna.

Dos horas después nos encontrábamos en un hangar privado del aeródromo De Gaulle subiendo por la escalerilla a un ultra-jet de color marfil y plata sin ningún emblema o bandera. Viajamos desde Paris a Houston, y desde allí a la base aliada en Galápagos, sin demasiados problemas en apenas algo más de 24 horas. Los billetes corrieron a cargo de Oberón. Una vez en la base recibimos en nuestro correo personal la confirmación de los pasajes para el Ascensor Espacial a la mañana siguiente.

La base estadounidense se dividía en una zona militar fuertemente protegida, o al menos eso pretendían demostrar con patrullas de militares fuertemente armados en cada puerta y esquina, o paseando por las instalaciones. El resto de la isla estaba destinada al uso y disfrute de los turistas y civiles. Nosotros pasamos la noche, algo nerviosos por nuestro primer viaje al espacio, en pequeños cubículos individuales, pequeños pero cómodos y limpios.

El sol se alzó pronto sobre el horizonte en este archipiélago del Océano Pacífico situado en la línea del Ecuador, y tras un ligero desayuno en un restaurante de horripilante decoración autóctona nos dirigimos caminando hacia la impresionante estructura del Ascensor Espacial que asciende en nanotubos hasta la Estación Espacial en órbita geosincrónica.


Tras comprobar nuestros pases, y pasar por los arcos de seguridad sin levantar ningún tipo de sospecha, accedimos a un enorme compartimento para pasajeros, donde tras una rápida mirada conté hasta para cien asientos con cinturones de seguridad. Tras unos minutos de tensa espera, comenzó la cuenta atrás. Mis manos se sujetaron con tensión a los brazos del asiento. La fuerza gravitacional me presionó el pecho hacia el asiento durante varios minutos mientras nos separábamos de la superficie terrestre.

Por una pequeña escotilla circular pude observar como nuestro planeta Tierra se hacía más y más pequeño hasta parecer una pequeña bola azul en medio de la inmensidad del espacio. El ascenso fue interminable, el aire comenzaba a faltarme en los pulmones mientras la velocidad aumentaba de forma constante y nosotros continuábamos desplazándonos en vertical hasta la estación de embarque. De repente, cuando ya pensaba que no iba a poder aguantar más en el asiento, el ascensor comenzó a desacelerar lentamente, la fuerza de la gravedad se igualó con la terrestre y mis pulmones comenzaron a funcionar con normalidad.

Una vez en la estación orbital de embarque nos dirigimos a la zona de espera. Nuestros billetes nos indicaban que viajaríamos en clase superior, cortesía de Oberón A.G., y teníamos derecho durante las dos siguientes horas a relajarnos en un área habilitada para los pasajeros de esta categoría. No puedo dejar de recordar al enorme sueco ingiriendo grandes cantidades de comida de forma continua como un pozo sin fondo. Por los grandes ventanales de carbovidrio reforzado vimos aproximarse de en una maniobra elegante, como un cisne, al crucero USSS Pearlman, que nos trasladaría a más de 6.000km por hora al satélite selénico en apenas dos días de viaje. Nuestro astropuerto de destino, la Base Tranquility.

Según los informes clasificados que fueron proporcionados por Oberón A.G. antes de nuestra partida, la Base Tranquility es la base militar aliada situada en la Luna, muy cerca del Mar de la Tranquilidad, Mare Tranquillitatis, con un fuerte dominio estadounidense. Adyacente a esta, se encuentra la ciudad subterránea de Tubular Core, o más conocida como The Core. Una instalación civil y comercial construida por la Megacorporación Gatecore. Un inmenso complejo subterráneo abovedado, que con los años fue ampliándose hasta convertirse en una enorme ciudad subterránea independiente de la base militar y con acceso abierto a todo el mundo. En la ciudad de The Core hay un barrio en el que se hacinan y malviven los maleantes de la ciudad, uno en el que el contrabando y el crimen están a la orden del día. Ese barrio es Nueva Jamaica. Una porción de la ciudad que consta de siete subniveles, una calle principal y multitud de pequeñas calles anejas. Los garitos de mala muerte, moteles baratos y burdeles abundan. En Nueva Jamaica más de la mitad de la población es de raza negra, en su mayoría descendientes o propiamente jamaicanos, emigrados a The Core a principios de la década del 2.060. Cabe destacar el Neorastafarismo, una pseudo-religión o movimiento cultural que aboga por el camino recto y verdadero, siempre con bondad, hermandad y verdad. Mezclándolo con el uso de psicotrópicos de última generación y el culto al Dios-Luna, de ahí la emigración a la Luna, para estar más cerca de Dios.
Evidentemente la reinterpretación de las consignas del Neorastafarismo varían de neorastafari a neorastafari, soliéndose teñir de un cariz violento al habitar en un entorno tan violento y peligroso como es Nueva Jamaica.

... Continuará ...

Marcados saludos.-